La parroquia de sensaciones

*En los años sesenta, se edificó la parroquia de San Baltzar Campeche centro de paz, unión, hermandad y solidaridad de la junta auxiliar más grande del municipio de Puebla

Jazmín Cárdenas

Puebla, Pue.- Como un canto de sirenas para los fieles, retumba la campana de bronce colocada en la parte más alta de la parroquia de San Baltazar Campeche. Sin bocina o altavoz, su sonido se extiende a más de cuatro cuadras.

Al poner un pie en el atrio, se rompe con la vida cotidiana: la sensación de pesadez desaparece y sus jardineras, con árboles tan altos como la torre y frondosos como un cabello chino despeinado por el viento, generan un aroma a frescura. Y sin importar la hora, el cantar de las aves acompaña y envuelve el cuerpo en tranquilidad.

Un silencio invade el lugar, pero no es pesado es reconfortante. Al recorrer los pasillos para llegar al altar principal, el olor a rosas se hace presente como si se estuviera en un jardín recién regado y el silencio impone.

La parroquia es el centro de paz, unión, hermandad y solidaridad de San Baltazar Campeche. Fue construida en los años sesenta sobre la Avenida Cué Merlo, el camino más antiguo y largo.

Aquí, comenzó la historia de la mayoría de las personas que fundaron la que actualmente es una de las poblaciones más grandes de Puebla capital, la Junta Auxiliar de San Baltzar Campeche.

En el ambiente armonioso y reconfortante, lo único que se escucha es el crujir de las bancas cuando alguien está por sentarse. Y algunas líneas pintadas en el techo parecen hilos de oro impregnados que se reflejan en los candelabros de cristal e iluminan todo el altar. Inevitable no ver las caras de querubines, con rostros que reflejan calidez y serenidad.

Al centro del altar principal se encuentra San Baltazar, a los lados Melchor y Gaspar con sus respectivos oro, incienso y mirra.  Algo que sobresale es la pequeña capilla de La Virgen de la Piedad que se encuentra dentro, donde guardan el corazón de Jesús.

“La iglesia tiene muchas historias, desde que yo era muy pequeñita mi padres me llevaban a rezar, conocer, aprender de las tradiciones de mi san baltazar”, evoca Margarita, una mujer de 91 años.

Su esposo Gabriel Osorio Campeche fue presidente auxiliar, “era bueno, se llevó el voto de todo el pueblo, siempre reunía a la comunidad, amaba las tradiciones y no faltábamos a misa”.

A un lado del espacio dedicado a encontrarse con Dios, un exquisito mercado de la comunidad: un rincón de sabores, olores y texturas que nació siendo itinerante, pero ahora con dibujos en sus paredes exteriores, se ha vuelto en un referente de la zona.

Los días jueves, desde muy temprana hora hasta que el sol cae, a las espaldas de la iglesia llega una exposición de artículos novedosos, una feria de aromas, donde las vecinas comparten el chisme de la semana y las risas de los niños, que disfrutan una nieve de limón o elotes asados, rompen con la cotidianidad.

 

 

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